Cioran, a pesar de todo - Ibiza Diary

2022-10-14 21:55:07 By : Mr. Alfred Chen

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Incisivo Cioran. archivo magón

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Tomarse a los filósofos en serio es una memez. Lo que uno dice lo niega otro. La historia de la filosofía es una babel, un querer y no poder, un viaje a ninguna parte. Ante las preguntas últimas, sólo tenemos divagaciones. El socrático «sólo sé que no sé nada» debería figurar en el frontispicio de las aulas. No viene mal que personajes como Nietzsche y Kafka, desde el cabreo y la perplejidad, se pongan el mundo por montera. También lo hace Emil Cioran, (1911-1995), escritor controvertido que unos elogian y otros ponen a parir.

Más que filosofar, actividad inútil en la que no se reconoce, un Cioran incisivo, heterodoxo, intempestivo, lapidario, corrosivo, anti-sistema y de sobrado ingenio, vuelca en sus textos su manifiesta mala leche. Sus palabras son balas. Sus frases, latigazos. Sus aforismos, bofetadas. Diógenes del siglo XX, despotrica contra todo, contra todos y contra sí mismo. Sufrió de insomnio y de crónico estreñimiento. En sus obras se nos presenta tóxico y destructivo: Ese maldito yo, Desgarradura, El aciago demiurgo, La caída en el tiempo, En las cimas de la desesperación, Ventana a la nada, El ocaso del pensamiento, Silogismo de la amargura, La tentación de existir, Breviario de la podredumbre, Del inconveniente de haber nacido… ¿Qué podemos hacer? ¿Nos lo tomamos en serio? Yo diría que Cioran es un pelma, pero que tiene su qué. Conviene dosificarlo. En ningún caso leerlo de corrido. Y es inevitable ver en él, antes de entrar en harina, dos puntos negros. Uno es su tabarra nihilista como único registro. Lees un libro y los has leído todos. Se repite, es previsible y su tópica retórica catastrofista cansa. Y mucho peor es su simpatía por el totalitarismo, la ultraderecha rumana, el fascismo italiano y el régimen nazi. Años después, se desdice. Pero estaba dicho.

En todo caso y a pesar de todo, de Cioran sólo nos interesa el escritor, uno de los más creativos y originales del siglo XX. Desconcertante y contradictorio como pocos. Mundano y eremita, punzante y cortés, reposado y colérico, profeta y tolerante. Su obra surge del sinsentido de la existencia y de la voluntad de oponerse a su vacío mediante el ejercicio terapéutico de la escritura. Le incordia escribir, pero tiene fe en la palabra. Sus textos son febriles, asistemáticos, fragmentarios, aforísticos. Tiene la hilatura del relato por frivolidad. Y sus temas, en una atmósfera atormentada y de furores bíblicos, son obsesivos: tedio, muerte, soledad, inutilidad de la religión, conciencia agónica, futilidad, fatalismo, sentido trágico de la historia, fin de la civilización… Desprecia trabajar y tomar decisiones. ¿Para qué, dirá, si uno acaba en una caja de pino? En él, todas las verdades están heridas, todos los dogmas se tambalean. Pero eso sí, es un gran estilista, un poeta preciso y vibrante. Cioran impacta.

Quienes han tomado en serio sus elegías, diatribas, sentencias e improperios, lo ven amargado y cargante. «¡Soy bilioso por decreto divino!». Pero Cioran tiene trampa. Su pesimismo, por exagerado, no resulta creíble. Y tanta maldición, por reiterada, suena a hueca. Si odiase la vida, no hablaría tanto de ella. Le duele la vida porque la aprecia. Cioran habla del suicidio, pero, no se suicida. En su ‘Cuaderno de Talamanca’, breve dietario de su estancia en Ibiza en 1966, un día tras otro le tienta el suicidio –31 de julio, 6, 8, 11 y 24 de agosto-, pero hace literatura. Dice que le salva el paisaje: «Contemplaba los pinos, las rocas, las olas que iluminaba la luna, y vi hasta qué punto me ligaba este hermoso y maldito universo (…) Sobre una roca, esperaba el día y, cuando empezó a clarear, la luz no venía de arriba, sino de las rocas, como si estuviera oculta tras ellas y esperara la mañana para salir. Esta transfiguración de la materia, tan bella, tan irreal, hizo que olvidara las amargas reflexiones de mis insomnios (…) Me colma la noche, perfecta, sin tacha (…) Una vez más, surte efecto el paisaje». El 24 de agosto recoge: «Talamanca. Voy por última vez a contemplar el molino al atardecer. Nadie en los alrededores. Silencio. Cielo y mar. Ibiza enfrente (…) Vivir lejos del Mediterráneo es un error, la causa de mis decepciones». ¿Es un suicida quien habla así? Yo creo que no. A Cioran le fascinaba la existencia: «Suicidarse es privarse de la satisfacción de reírse de la vida, que es el mejor recurso para soportarla». Lo cierto es que la idea del suicidio le estimulaba y salvaba porque siempre decidía vivir. Cuando piensa en la muerte, se enamora de la vida. Desespera porque espera. Sólo con la idea de ‘ser’ (fundamento del optimismo) podemos pensar el ‘no-ser’ (fundamento del pesimismo). Su pesimismo, paradójicamente, es positivo porque enseña el desapego, nos libera del error de aferrarnos a la existencia, a lo efímero y perecedero. Cioran, para soportar la vida, se ríe de ella. Es un humorista cuyo sarcasmo no es evidente para el lector apresurado. Todas las personas que le trataron destacan su facilidad para hacer reír a los demás con su ironía, su cinismo, su aire burlón y provocador. Nada que ver con la imagen de cenizo con la que, por sus escritos, le asociamos. Y precisamente porque se nos ofrece viral en sus textos, su lectura nos crea anticuerpos. Y al final, uno ve al poeta. Cioran salva a Cioran. Un Cioran que ama la vida. Estafador de abismos, no se arroja al mar desde el acantilado ibicenco. Sabe que la nada no le ofrece nada, menos que ofrece el existir. Y ahí está su muerte, muy mayor, en la cama, tranquilamente. La vida que tanto denigró, lejos de vengarse, le priva con el Alzheimer de sus angustias y pesadumbres.

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